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Foto del escritorAlejandro Balaguer

DESIERTOS VIVOS

Actualizado: 20 jun

Una ensenada turquesa conocida como “El Sequión” divide en dos el inmenso y ocre desierto en la Reserva Nacional de Paracas. Una tortuga verde que ha llegado desde las aguas cálidas del Pacífico Tropical Oriental gira alrededor de mi kayak seguida de un grupo de delfines, mientras remo cerca a una familia numerosa de elegantes aves; rosados flamencos que buscan sustento en las aguas ricas en fitoplancton, zooplancton, algas, pequeños peces, moluscos y otros invertebrados.



Durante mi travesía a golpe de remo, ruidosos rayadores emprenden vuelo en una suerte de danza coordinada, impulsados por la fuerza del viento hacia las vecinas playas de Atenas, ubicada en un recodo de la bahía de Paracas, dentro del área protegida marina que posee más de 350.000 hectáreas.



Yuri Hooker, un biólogo marino y buzo peruano que ha estudiado las profundidades del mar me acompaña con su kayak; me cuenta que Paracas es un ícono de la riqueza del sistema de islas y puntas guaneras del Perú. “Es una zona de afloramientos muy intensos, y esto se debe a que el desierto es bastante amplio. Entonces durante el día se calienta el aire y empieza a fluir, eso hace que el aire frío del mar venga con gran intensidad. Los vientos son los que generan un peculiar punto de afloramiento en el mar de Paracas”.



Flanqueada por dos grandes bahías –la de Paracas y la de la Independencia-, la península sobresale notoriamente del continente, donde la Corriente Fría Peruana, o Corriente de Humboldt, el turbulento río submarino que fluye de Sur a Norte, se encuentra con las costas del departamento de Ica. Sus aguas frías afloran al chocar con el continente y generan una riquísima biodiversidad marina. El fenómeno hace surgir hacia la superficie nutrientes que alimentan al fitoplancton, primer eslabón de una extensa cadena alimenticia que permite la multiplicación de la vida a gran escala.

“Bajo el agua también la vida es excepcional, pues aquí vemos praderas de algas gigantescas, también favorecidas por los nutrientes que trae el agua con los afloramientos. Y asociada a estas praderas de algas hay una infinidad de organismos que son especialistas en vivir en ese ecosistema, que es refugio también de una gran cantidad peces, cuyos juveniles buscan estos refugios casi impenetrables para desarrollarse hasta salir, ya de adultos, en busca de lugares de alimentación y a repoblar los mares aledaños al área protegida, beneficiando a la pesca”, me cuenta Hooker a medida que nos acercamos de retorno a la costa.



La aventura continúa por aire. A bordo de una pequeña avioneta de la Fuerza Aérea del Perú despegamos desde las cercanías de la caleta de San Andrés. Inmediatamente, el implacable viento sacude el fuselaje de la aeronave y dificulta las tomas fotográficas de las islas que me he propuesto realizar. Debajo se extiende una sucesión de abruptos acantilados desérticos que hacen de frontera entre el continente y el temperamental océano Pacífico. Desde el aire, se extiende la península de Paracas, rodeada desde el mar por las islas Chincha, Ballestas, San Gallán, Blanca, Zárate e Independencia.


Bajo el techo de altas nubes, sobrevolando las islas Ballestas y la isla San Gallán, compruebo la increíble abundancia de lobos marinos y lobos chuscos. Las Ballestas, al igual que San Gallán, son reducto de grandes colonias de lobos finos y de lobos chuscos. El lobo chusco, de sólo un pelo por poro, se diferencia del lobo fino, de dos pelos por poro, por esta característica, y por ser notoriamente más corpulento. La torpeza de ambos en tierra contrasta notablemente con la destreza de sus movimientos en el agua, donde se convierten en diestros depredadores de peces.



Junto a las loberías, pingüinos de Humboldt nidifican en pequeñas cuevas escarbadas al borde de los acantilados, estribaciones neblinosas de la cordillera de los Andes que se sumergen en el océano. Durante la época de muda del plumaje permanecen fuera del mar sin alimentarse, consumiendo sus reservas de energía. Las parejas se turnan para empollar sus huevos con devoción mientras otros se agrupan en las rocas y se lanzan de panza sobre las olas para nadar con celeridad. El pingüino de Humboldt, en peligro de extinción, propio del Perú y Chile, y el de las islas Galápagos, son las únicas dos especies que viven lejos de la presencia de los eternos hielos polares.


Al mediar la tarde el viento aúlla en una demostración de fuerza natural transformando el paisaje. Es el viento Paraca, o lluvia de arena, en la lengua originaria de los que habitaron ésta recia geografía, que nos hace regresar al aeropuerto de Pisco.



Es tiempo de navegar; una lancha rápida me lleva hacia las famosas Chincha, las islas del guano, donde pasaré algunos días observando el nacimiento de miles de polluelos, rodeado de montañas de excrementos de aves. En el horizonte, mar y cielo se funden en un mismo tono azulino y miles de aves guaneras -piqueros, guanayes, pelícanos - se lanzan como flechas sobre un cardumen de plateadas anchovetas, cuando anclamos frente a las Chincha.



Durante miles de años, los habitantes del Perú conocieron su valor. Formado básicamente por una mezcolanza de excrementos de aves marinas, plumas y cáscaras de huevo, compuesta de sales nitrogenadas como uratos, carbonatos, fosfatos, el guano es el mejor fertilizante orgánico. De su importancia habla el cronista de la Indias, José de Acosta: "En algunas islas o farellones que están junto a la costa del Pirú, se ven de lejos unos cerros todos blancos; dirá quien les viere que son de nieve, o que toda es tierra blanca, y son montones de estiércol de pájaros marinos que van allí continuo a estercolar". Pero mucho antes que los Incas, ya se extraía el guano de las islas para utilizarlo como abono de nutritivos cultivos nativos que garantizaron a los antiguos una seguridad alimentaria.


Cubiertas por un manto de leyendas las islas fueron territorios de los muertos; las almas eran llevadas a las islas por los lobos marinos al caer la tarde; y se ofrecían sacrificios a la diosa Luna. Durante la estación de reproducción de la pajarada estaba absolutamente prohibido acercarse a las islas, pues la presencia humana podía ahuyentar a las aves. Matar un ave guanera, en las puntas o en las islas, constituía un grave delito que era pagado mayormente con la vida. Posteriormente, en el siglo XIX, la cantidad acumulada de guano en las islas Chincha superaba los 30 metros de altura. En la Era de Oro del Guano, el Perú logró lo que cualquier nación hubiera querido: pagar su deuda externa con caca de aves, convirtiéndose en una potencia de la región.



Las islas del guano son un lugar de fauna excepcional. “En la costa del Perú la variabilidad de ecosistemas ha permitido también que exista una gran diversidad de animales. Grandes poblaciones de aves guaneras, migratorias, de lobos marinos, nutrias, que se refugian en este lugar tan diverso geológicamente. Paracas fue la primera área marina protegida en crearse, y ha sido la única durante muchísimos años”, dice Hooker.



Por Alejandro Balaguer

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